«Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie» - Tancredi Falconeri en la novela Il Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
De un tiempo a esta parte, el cine de época viene adquiriendo relevancia a través de biopics o hechos históricos. La literatura nos ha permitido aproximarnos a la propia naturaleza humana mediante testimonios de altruismo, sobrevivencia, lucha social, resistencia política, guerras y amores. Más aun, en el caso de la gran mayoría de personas que conocen la existencia del libro gracias al cine y, aunque no siempre esta relación decante en una perfecta adaptación, cumple el sublime cometido de exaltar nuestra humanidad desnudando, incomodando y erizando nuestra piel con el buen uso del lenguaje cinematográfico y la interpretación.
El caso de El Gatopardo, la última miniserie italiana de Netflix, dirigida por Tom Shankland, es de aquellas adaptaciones que logran captar la esencia de un libro de época. Basada en la novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957), la historia nos lleva a la época de la revolución unificadora del Reino de Italia, comandada por Giussepe Garibaldi y sus camisas rojas; pero más que mostrar la gesta de Garibaldi (figura conocida en Latinoamérica y, específicamente, en el Perú, donde vivió y se buscó la vida trabajando) nos aproxima más bien a la resistencia al cambio, a la extinción de la aristocracia de la primera mitad del siglo XIX como el trasfondo de una historia de antagonismos.

El príncipe de salina debe decidir entre retener o dejar ir a su amado sobrino tancredi en pro de la revolución garibaldina
¿Resistirse o adaptarse?
Don Fabrizio Corbera (Kim Rossi Stuart), Príncipe de Salina, y su familia son el eje principal en esta historia, situada en la Sicilia de 1860. Uno de los altos representantes de la aristocracia borbónica que aún permanecía incólume ante los avances de la revolución unificadora. La magistral interpretación de Rossi Stuart nos muestra la imagen de un verdadero timonel que procura por todos los medios mantener un barco frente a la tempestad que amenaza la supervivencia de su tripulación. El Príncipe de Salina es consciente que tiene dentro de su familia a un disidente, quien no es más que su amado sobrino, Tancredi Falconeri, al que le ha transferido el propio amor a sus vástagos y al que, sin embargo, en un profundo acto de sacrificio, deja ir detrás de la revolución con todo lo que ello signifique. Don Fabrizio personifica a una clase que se aferra a la tradición y a un esquema de riqueza porque no conocen otra manera de vivir y a los que idea de nación es tan solo una utopía de rebeldes que buscan apropiarse de todo lo ajeno. Su adecuación tras la victoria de las tropas de Garibaldi, por tanto, es una magnífica muestra de muñeca política y encaramiento que, pese a la oposición, lo mantiene vigente hasta los últimos momentos.

concetta y tancredi viven un intenso amor a prueba del destino
Un amor imposible
La disidencia política no es el único factor que constituye la familia de Don Fabricio. El amor entre los primos Tancredi (Saúl Nanni) y Concetta (Benedetta Porcaroli) representa la ingenuidad de una hermosa princesa y el espíritu rebelde de un soldado que renuncia a todo por una causa que lo haga feliz. Existe entre ellos un amor indecible y, aunque fuera aceptado por la familia, imposible. Dicha condición personifica la figura del propio momento político vivido en los últimos reductos aristocráticos. Concetta –en espectacular interpretación de Porcaroli) es el brote de esperanza de una burguesía decadente y Tancredi el corazón rebelde que aspira a la libertad y al cambio. Un gran dolor que pesa sobre la propia Concetta.

sperduti y porcaroli en estupenda interpretación del amor no correspondido
Corazones rotos
El amor de Concetta por Tancredi, aun cuando este haya tomado otro rumbo y otro amor, es otro de los pilares de esta historia. Al igual que su padre, la bella princesa se aferra a aquello que inevitablemente se le ha ido de las manos. Sin embargo se mantiene firme, además, gracias a una poderosa conexión afectiva con su padre, Don Fabricio, quien daría su vida por verla feliz. Conexión que, en determinado momento, es capaz de romper por ir detrás de la libertad siguiendo el camino que lo lleve a Tancredi con altos precios.
Es en ese momento que aparece la figura del Conde Bombello (Alessandro Sperduti), uno de los aristócratas unidos a la rebelión, amigo de Tancredi que, desde la primera vez que ve a Concetta queda ilusionado con conquistarla. Nuevamente, la imagen de Concetta se convierte en la analogía de la belleza que la monarquía que vale rescatar en pleno ideal revolucionario. Bombello bien podría haberse enamorado de una rebelde o de una aristócrata disidente, pero se deja llevar por el encanto de la princesa. Sperduti logra una representación brillante de todo aquel caballero experto en batallas, pero indefenso en las lides del amor. Su paciencia, su persistencia y su inocencia no le bastan para mantener a Concetta a su lado. Esta prefiere el amor imposible de Tancredi y desperdicia, quizá, la única oportunidad de obtener el final feliz al que todo ser humano aspira. Y sí, la interpretación de Sperduti nos interpela, nos identifica e invade nuestra piel al recordarnos que todos hemos tenido un amor no correspondido o un corazón roto.

El príncipe de salina frente a los camisas rojas garibaldinos
La adaptación de Shankland bien vale la pena ver, pues se basa en una novela de por sí provocadora y bastante cercana a la situación real vivida en la Sicilia previa a la monarquía parlamentaria, como es la obra de Tomasi di Lampedusa, quien se inspiró en la propia historia de Giulio IV di Lampedusa, su bisabuelo. Por lo que resulta una novela bastante testimonial. Una obra que ha sido llevada al cine por el maestro Luchino Visconti en 1963 y hoy, gracias al streaming podemos ver en la versión impecable de Shankland, con una fotografía que capta la esencia melancólica de una tierra hermosa que ve venir el inevitable cambio.